Swift

Segunda granja completada



La última semana en casa de Yves fue bastante repetitiva en cuanto a trabajo: malas hierbas por doquier, desde el jardín siguiendo todo el camino hasta la entrada de la carretera. De hecho era tan largo que no pudimos terminarlo aun en los cuatro días que nos dedicamos a ello (el martes estuvimos moviendo cosas dentro de la casa). Debo decir que disfrutamos bastante de hacerlo porque hizo muy buen tiempo y era agradable estar en medio de la montaña rodeados de vacas, pero yo ya estaba un poco hasta el moño de césped y los últimos días me dolía la espalda por todas partes. 


Fuera de las horas laborales sin embargo, hubo un poco más de movimiento. El martes por la tarde llegó otra WorkAwayer con quien salimos al día siguiente a pasear y ver un lago preciosísimo que había entre las montañas a unos 15 minutos de casa. Ojalá haber ido antes, también os lo digo. Además fue ella quien nos recomendó visitar la ciudad de la que os vengo a hablar hoy, así que siempre se lo agradeceré porque fue una muy buena decisión. La pena es que a los pocos días de estar allí con nosotros la chica tuvo que irse por unos problemas familiares, así tampoco puedo contaros gran cosa de ella porque no me dio tiempo a conocerla. Espero que todo le vaya bien y pueda retomar su aventura pronto.


Por nuestra parte, estábamos organizando el fin de semana en Ginebra pero algo no terminaba de convencernos. Nadie hablaba demasiado bien de la ciudad y además la estancia era bastante más cara de lo que teníamos en mente así que tras una tarde buscando qué hacer, acabamos aceptando las recomendaciones de ir a Annecy.


Palais de l’Île

En vez de pasar todo el finde allí, porque la ciudad es pequeña y así nos ahorrábamos el hotel, hicimos ida y vuelta el sábado. Annecy es preciosa, me encantó por todos lados. El centro se conserva muy antiguo, con sus edificios medievales, con riachuelos y puentes por las calles principales que llevan a un lago precioso entre las montañas. De verdad que me encantó tanto que se lo recomiendo a cualquiera que esté por la zona de Alta Saboya. Ya tendré la oportunidad de visitar Suiza en otra ocasión, desde luego no me arrepiento nada de haber cambiado de planes en el último momento.


Al ser sábado además había bastante actividad de gente y comercios abiertos, con un montón de opciones para comer. Eso sí, antes de las 14h porque si no cierra todo y acabáis como nosotros buscando un kebab (triste pero cierto). El clima nos acompañó porque aunque hacía frío, le daba un aspecto precioso al paisaje y no nos llovió hasta que ya estábamos en el coche de vuelta a casa.


El domingo lo empleamos en hacer maletas y descansar para poder salir el lunes después de desayunar. Lo cierto es que me fui con ganas. Cuando llegué pensaba que me iba a dar mucha pena irme pero también os digo que después de tres semanas, me apetecía empezar algo nuevo. Le estoy cogiendo gusto a esto del cambio permanente, aunque me imagino que a la larga cansará pero ahora lo estoy disfrutando. Sí que me dio un poco de cosa dejar a Yves tan solo en su enorme casa a medio construir pero si algo nos ha dado a entender este hombre es que él se las apaña bien solo y es feliz con su vida como está. Espero que sea de verdad así, nosotros siempre le agradeceremos el habernos abierto las puertas de su casa como si fuera nuestra y todos los consejos que, más acertados o menos, sabemos que han sido de corazón porque es un gran tipo.


Yves y sus gestos

Gran parte de esta aventura en la que estamos Sergio y yo se basa en conocer a gente y absorber lo máximo que nos puedan aportar porque las despedidas llegan rápido, y yo creo que en ello reside la magia de todo esto. Extraños con ganas de compartir y aprender, que vienen y van. Ahora estamos en una nueva casa, con una nueva familia y muchas cosas nuevas que os vendré a contar pronto. Gracias a vosotros también por compartir cosas conmigo,


Estela.

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